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domingo, 12 de agosto de 2012

La cara oculta del conflicto del subte


Podrían haber sido las verduras grilladas o el horno a leña lo que sedujo a Aldo Benito Roggio a cerrar varios de sus millonarios negocios en Gardiner, el coqueto restaurante de Costanera Norte. O quizás los adornos de estilo y la minuciosa atención, que le recuerdan su selecto departamento en el mítico edificio Kavanagh, en Retiro, que usa como búnker cuando viene a la Ciudad.
El empresario volvió a estar en boca de todos esta semana como una pieza clave en el conflicto gremial más largo de la historia del subte, que opera a través de una de sus empresas, Metrovías.
Con 67 años, es la tercera generación que está al frente del imperio familiar, que nació hace 103 en Córdoba por un inmigrante que, como muchos otros, pensó que la construcción iba a ser una gran oportunidad.
Con los años, Roggio nieto fue comprando las acciones a todos los herederos y hoy es la cabeza de una compañía con ocho unidades de negocios con una facuración oficial cercana a los $ 4 mil millones.
En Córdoba, por ejemplo, su empresa controla desde la vital distribución de agua para más de un millón de personas hasta 3 mil puestos de juego en 17 localidades.
En la Ciudad, no sólo domina el 25% de la recolección de residuos –Cliba, de su grupo, limpia el Microcentro y Puerto Madero–, en un negocio que le representa unos $ 500 millones anuales. También tiene a su cargo el mantenimiento de espacios verdes en Recoleta, el centro y Puerto Madero (con Taym).
Desde hace muchos años es íntimo amigo de Mauricio Macri, su único interlocutor porteño en las negociaciones por el traspaso del subte. A quien llama cada vez que necesita tomar una decisión.
Se conocieron cuando el jefe de Gobierno trabajaba en la empresa Sideco, de su padre Franco, y junto a Roggio se repartían los grandes negocios de la construcción. Aldo, por ejemplo, desarrolló el Conrad de Punta del Este, el hotel Hilton y la Torre Telecom de Puerto Madero.
Con Franco Macri fueron socios en varios emprendimientos; en los 90 consiguieron la concesión del Belgrano Cargas, la mayor red ferroviaria de transporte del país. Ambos grupos económicos crecieron como pocos en los últimos treinta años y formaron parte del selecto grupo de grandes contratistas del Estado.
Hoy Macri y Roggio negocian cuál será el destino de los subtes en caso de que el Gobierno nacional le quite a Metrovías la concesión del servicio. Hay pocas empresas que podrían administrar los subtes y Roggio sabe que, aunque tenga que crear una nueva sociedad anónima, será quien siga a cargo del manejo de las seis líneas. Macri ya se lo habría prometido.
Negocios para todos. El Grupo tiene ocho unidades de negocio con capilaridad en los rubros de construcción, basura, hotelería y casinos, provisión de agua potable, autopistas, publicidad y tecnología.
Pero además controla gran parte del negocio ferroviario argentino, con una excelente relación con el Gobierno nacional; participa en Ugoms y en Ugofe, que administran la línea Mitre, Sarmiento, San Martín, Roca y Urquiza.
Aunque en los peores momenos de tensión política la relación tiene vaivenes: Roggio tiene vínculos con el ministro de Planificación, Julio De Vido, y, en especial, con José López, secretario de Obras Públicas, los hombres con los que habla de negocios. Pero hace algunas semanas, cuando comenzaba el conflicto por el traspaso del subte, De Vido recordó en una conferencia de prensa que Roggio había firmado contratos con el Estado desde 2003 por $ 8 mil millones y dijo que era “ilegal suspender el servicio después de haber ganado tanto”.
En rigor, las palabras del ministro de Planificación fueron un mensaje claro: Roggio no debía entorpecer el traspaso, en especial teniendo en cuenta que tiene obras millonarias con la Nación por las que le adeudan mucho dinero.
En el entorno del empresario cordobés aseguran que se levanta temparo todos los días y, casi llegando a los 70, sigue trabajando más de diez horas por día. Hace dieta, almuerza comida light y elige en qué reuniones de negocios participa, a las que llega cuando está casi todo cerrado para ocuparse de pulir las cuestiones meramente económicas.
Los empresarios que no lo quieren mucho juran que suele ser malhumorado y que le gusta prepotear en algunas reuniones. Presume con cuán rentables son las negociaciones que él mismo encabeza.
De todas formas, su muñeca para la política y los negocios lo llevaron a la cúpula de la poderosa Cámara de la Construcción (es vicepresidente tercero), uno de los pocos lugares que visitan todos los presidentes y hombres de poder al menos una vez al año.
Con el paso del tiempo, y los gobiernos, Aldo Roggio entendió cuál era la mejor forma de hacer negocios: estar siempre cerca del poder.
 

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