Con ocasión en diciembre del saludo de Navidad a los cardenales y obispos que trabajan en el Vaticano, el papa enumeró la lista de "antibióticos" para combatir los males de la Iglesia, entre ellos "honestidad", "humanidad", "racionalidad y bondad", "respeto", "lealtad", "sobriedad", dijo.
El mundo aún estaba conmovido. El 11 de febrero de 2013, Benedicto XVI había sorprendido con el anuncio de su renuncia, la primera en casi 600 años. Su "incapacidad" para seguir en tan demandante cargo lo llevó a dejar el Vaticano el 28 de ese mes. No había Papa y se abría un gran interrogante sobre su sucesión.
"Después de haber examinado ante Dios mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio", reveló, en latín, Joseph Ratzinger al anunciar su salida, a los 85 años. Después, siguió el misterio. La danza de nombres, la posibilidad de romper la historia con un Papa no europeo. Africanos, estadounidenses, sudamericanos... todo era posible.
Entonces, el 12 de marzo, los cardenales se encerraron en el Vaticano. Debían elegir. En la Plaza de San Pedro, miles de personas aguardaban la noticia y soportaban el intenso frío y la lluvia. Todos miraban la chimenea.
De repente, esa famosa chimenea se llenó de un humo que no era el esperado. Era humo negro y la decisión se hacía esperar. Entonces, llegó el histórico miércoles 13 y después de cuatro votaciones negativas, se definió al nuevo nombre. Al nuevo gran hombre de la Iglesia.
Era la media tarde argentina, ya entrada la noche romana de un crudo invierno languideciente. Entonces, a las 15.05, el humo blanco desató la algarabía y una expectativa creciente. ¿Quién sería el elegido? La multitud se mantuvo inmóvil. Ni el frío, ni la lluvia, ni el granizo que castigaban Roma habían podido acallar tanto fervor. Todos tenían la mirada puesta en el balcón central de la Basílica de San Pedro. Entonces, llegó una nueva explosión.
El cardenal francés Jean-Louis Tauran salió, le acercaron el micrófono y habló en latín. "Habemus Papam", dijo. "Les anuncio con gran felicidad que ya tenemos Papa. Es el gran eminente y gran reverendo Jorge Mario cardenal de la Santa Iglesia Romana, Bergoglio, que recibe el nombre de Francisco",Jorge Bergoglio había sido elegido ante la sorpresa mundial. El arzobispo de Buenos Aires que viajaba en la línea A del subte, que asistía a los más humildes, había recibido el mayor honor institucional del catolicismo. Y debía honrarlo.
Poco después, mientras Buenos Aires no salía de su asombro y no podía disminuir su emoción, el Papa Francisco salió al balcón. "Parece que mis hermanos cardenales han ido a buscar casi al fin del mundo pero aquí estamos", fueron sus primeras palabras, antes de dejar una frase que repetiría en interminables ocasiones: "Recen por mí". Así, hace cuatro años, inició su camino el primer Papa no europeo, el Papa latinoamericano, argentino. El Papa del pueblo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario