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lunes, 9 de julio de 2012

Los dos Abal Medina A fines de los sesenta, cuando él nació, su padre y su tío estaban políticamente enfrentados


Siente orgullo por los dos y por la historia de su familia, me contó alguna vez Juan Manuel Abal Medina, durante la última entrevista que le hice, antes de que dejara de dar notas a periodistas profesionales, quienes, según cree ahora, sólo se dedican a "molestar". Su negativa a hablar con periodistas no militantes (o sea, con periodistas) coincidió, paradójicamente, con su llegada a la Secretaría de Comunicación Pública, un cargo en clave de ascenso.
La pregunta que generó aquella respuesta en el jefe de Gabinete, que habló seis horas en Diputados- una exposición que centró sus dardos en la oposición y en los medios - había sido esta: ¿Con cuál de las dos figuras políticas de su familia se identifica más, con su padre, del que heredó su nombre, el secretario del Movimiento Nacional Justicialista durante los setenta o con su tío Fernando, uno de los fundadores de Montoneros?
El optó por ambos, sin elegir a ninguno.
A fines de los sesenta, cuando él nació, su padre y su tío estaban políticamente enfrentados. Su padre discrepaba abiertamente con el camino de la lucha armada que había tomado su hermano menor. Incluso se enfurecía cuando llevaba a su pequeño sobrinito -según relato del actual jefe de Gabinete- a una casa sobre la calle Bucarelli donde se gestó Montoneros.
Me acuerdo que, en aquella entrevista, Abal Medina negó un hecho que los montoneros de ayer relatan insistentemente ahora, como una anécdota de época. Los montoneros de ayer, sesentones de hoy, algunos reciclados en el kirchnerismo duro y otros desparramados por antikirchnerismo también duro, recuerdan que a su padre le cantaban así: "Abal Medina hay dos, y el bueno no sos vos".
Era un modo de ensalzar al tío y menospreciar al padre porque, según los cánones de la época, la defensa de las instituciones no cotizaba en alza en la filas de la JP revolucionaria.
"No, a mi papá no le gritaban eso", negó en un aparte, durante aquella nota.
Siente una admiración desmedida por su padre, una figura que asume la categoría de leyenda para muchos peronistas dentro del Gobierno.
Cercano al PRI, la fuerza política que gobernó México por más de 70 años - hegemonía signada por denuncias de corrupción y clientelismo - y que acaba de volver al poder en las últimas elecciones, Abal Medina padre también habría ayudado a la conformación de los servicios de inteligencia en la tierra azteca, donde llegó exiliado en 1982. Es, también, asesor y amigo del hombre más rico del planeta, el megamillonario Carlos Slim.
El halo mítico que envuelve a Abal Medina padre, cuya figura quedó inmortalizada en una foto histórica del regreso de Perón, cuando baja del avión, quedó expuesto el día del casamiento de su hijo. La fiesta se hizo en San Telmo y Abal Medina padre había viajado, desde México, especialmente para la ocasión. Entre los comensales había invitados del mundo de la política, quienes aún hoy recuerdan el silencio pesado que se hizo ante su esperada llegada. Los invitados le abrían el paso y hasta hicieron una rueda a su alrededor para poder ver de cerca al último delegado de Perón: parecía salido de una postal de la historia.
Desde que empezó a escalar posiciones dentro del kirchnerismo, el jefe de ministros de Cristina se apropió de la línea argumental del kirchnerismo duro - hecho que volvió a ratificar en el Congreso -, incluidos sus costados menos democráticos.
Por ejemplo, la agencia Télam, y según una orden que él mismo parece haber emitido, no puede brindar información sobre el jefe de Gabinete, sin que sea expresamente autorizada desde la Secretaría de Comunicación. Tanto es así que hace un par de meses atrás, el gerente periodístico de la agencia oficialista retó a la redacción porque alguien escribió una noticia sobre Abal Medina, sin el expreso consentimiento oficial.
Es por eso que algunos de sus colegas del mundo académico suelen preguntarse cómo puede ser que un politólogo como él, cuyo expertise es la calidad democrática y el fortalecimiento de los partidos políticos (incluso escribió un libro sobre partidos políticos), puede integrar de un modo tan entusiasta un gobierno que se encargó de destruir ambas cosas.
¿Es la ambición política la que lo lleva a aceptar ese estilo, el que ayer lo llevó a afirmar, por ejemplo, que la economía argentina marcha de perlas, o tal vez es la influencia cultural de sus ídolos familiares setentistas de quienes, según sus críticos, tomó la peor parte (por ejemplo, el creerse formando parte de una vanguardia iluminada)?
Fuera y dentro del Gobierno, algunos se inclinan por la primera opción, otros por la segunda. Y hasta hay una tercera hipótesis sobre su fanatismo.
- Es que Juan Manuel está tan pendiente de la mirada de Ella, que dejó de ser él - argumenta un funcionario que lo conoce desde la época en que era funcionario de Aníbal Ibarra en el gobierno de la Ciudad.
Abal Medina sabe que la receta para triunfar en el mundo K no es compleja: hablar mal de los medios (sobre todo de Clarín), no dar entrevistas y obedecer. Lo sabe y lo lleva a cabo con la frialdad de un cirujano o con la subordinación de un soldado. "El lacayismo es la ideología dominante del kirchenrismo", suele decir, con humor y resignación, otro funcionario que conoce al jefe de ministros desde que formaba parte de la mesa de conducción del Frente Grande. Es que Abal Medina tiene un pasado frepasista que no le reporta prestigio en el núcleo duro del oficialismo, sobre todo ante los ojos de La Cámpora y de su jefe, Máximo Kirchner. En cambio, nombrar a su tío Fernando le suma crédito ante los ojos de esos jóvenes que suelen llamar "Aramburazo" al asesinato de Aramburu.
¿Cómo puede un politólogo llegar a la conclusión de que las conferencias de prensa - que son parte de una rendición de cuentas, en democracia - son sólo un práctica para perturbar al Gobierno, como dijo a principio de año o asociar a quienes reclaman la modificación del impuesto a las ganancias con parte de la oligarquía?
Lo de la oligarquía fue tan desubicado, que hasta los aliados del conglomerado kirchnerista se lo recriminan en la intimidad. Quizá por eso, en Diputados se vio en la obligación de elaborar un argumento menos sobreactuado cuando explicó que no era el momento para abordar esa discusión.
Observando el despliegue de su cristinismo extremo en el Congreso, es imposible dejar de preguntarse qué habrá pesado más. ¿La mirada de Ella, la de Ellos, o su ambición?

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