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lunes, 21 de mayo de 2012

Freeganos: jóvenes argentinos viven sin dinero por elección


"Acá llegó el pedido", bromea Daniel Scalzuela, un joven de Villa del Parque mejor conocido como "el Mago", mientras sujeta con una mano un cajón lleno verduras y trata de mantener el equilibrio sobre su bicicleta. Lleva puesta una campera verde reversible de primera marca, en buen estado, que no tenía unos minutos antes. Todo ello tiene la particularidad de haber sido obtenido de la calle.
El Mago, al igual que muchas otras personas, es parte del movimiento freegano , originado en Estados Unidos y que es una combinación de la palabras vegano (persona que no come carne ni derivados) y libre, que busca generar conciencia a través de la recuperación de todo lo que sea posible , incluyendo la búsqueda de comida en la basura y el uso limitado de recursos económicos.
Para ellos, vivir casi sin dinero es una elección . Son, en su mayoría, jóvenes de clase media y estudiantes, que dejaron un trabajo convencional para dedicarse a esta nueva forma de vida y tratar de demostrar que es posible una existencia en mayor armonía con el medio ambiente. Si bien no se puede calcular con exactitud cuántos freeganos hay en el mundo, el movimiento se expande rápidamente y se estima que ya son más de un millón. Alcanzó a Estados Unidos, Brasil, Argentina, España, Corea, Estonia, Suiza y Gran Bretaña. En el país, ya son, al menos, cientos.
Una alimentación particular
Los freeganos critican el concepto de basura, ya que entienden que hay muchos alimentos que podrían ser recuperados, aunque los especialistas advierten el peligro de esta práctica.
Según el informe "Global food losses and food waste (Pérdidas y desperdicio de alimentos en el mundo) ", realizado en mayo del 2011 por el Instituto Sueco de Alimentos y Biotecnología por encargo de la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), se desperdician, por año, hasta 1.300 millones de toneladas de comida en buen estado en el mundo; esto es, un tercio de la producción total de alimentos.
"El peligro del consumo de los productos desechados por las verdulerías está en la posibilidad que estén contaminados; si no se lavan bien, se corre el riesgo de una infección intestinal y algunos microorganismos como la Escherichia coli pueden causar la muerte", señala Lidia Busmail, doctora especializada en nutrición y antropología médica. Algunos de los freeganos -incluso- comen las verduras solamente crudas, y es lo que se conoce como crudiveganismo. "No es una práctica que se pueda recomendar sin una adecuada supervisión, y tiene límites. Los vegetales crudos, también, pueden ser vehículos de contaminación", explica María Inés Somoza, jefa de la División Nutrición de la Fundación Favaloro.
Recolectar basura por elección
Una noche fría, Victoria (que prefiere no dar su apellido), se encontró en una vereda con unas botas en muy buen estado. Era una solución ya que tenía puestas sandalias. Pero justo pasaba una cartonera, lo que provocó una discusión. "Puede pasar que se generen conflictos porque los cartoneros pueden sentir una especie de competencia o algo. Yo también hago lo mismo, salvo que no lo uso para vender, y tengo el mismo derecho", dice.
A muchos de los freeganos les ha pasado que un amigo o familiar les diga que dejen los alimentos y la ropa para la gente que realmente las necesita. La respuesta de ellos es siempre la misma: la verdura se terminaría desperdiciando. "Me parece espectacular que estén los cartoneros, pero me gustaría que tuvieran el conocimiento de las ideas del veganismo y la salud y lo pudiesen aprovechar más porque se está desperdiciando un montón de alimento; y ellos, quizá por estar en las posiciones más débiles de la sociedad, no le están sacando provecho", opina Pablo Gowezniansky, freegano y estudiante de Comunicación Social de la Universidad de Buenos Aires (UBA), de 24 años. Y agrega: "Son dos cosas muy distintas el freeganismo y los cartoneros".
Un profesor de economía de la UBA estaba revisando bolsas en la calle. Un alumno lo vio, y se sorprendió. "Profe, si necesita, le puedo dar unos pesos", fue la reacción del chico. Lo que no sabía era que lo hacía por elección.
La oposición al consumo
Los que participan del movimiento quieren cambiar el sistema, aunque admiten contradicciones que se ven acentuadas, según sostienen, por vivir en la ciudad. Utilizan activamente redes sociales como Facebook para exponer sus actividades e ideas, aunque saben que esa empresa se rige por los postulados capitalistas. Pasan muchas horas en el ciberespacio, aunque sean amantes de la naturaleza. Es inusual que un freegano tenga menos de 500 amigos allí. Analía (novia del Mago y también perteneciente al movimiento), por ejemplo, tiene 2782 amigos, y el Mago ronda los 4000. "Siempre hay que hacer una relación costo- beneficio. Yo no tengo foto de perfil mía porque lo uso sólo para difundir ideas", dice el Mago.
Es que el freeganismo, en la teoría, está en contra de todo lo que sea industria. La utilización de jabones para el cuerpo y el pelo, los remedios farmacéuticos, los dentífricos, los preservativos, los celulares, la televisión, todo, es motivo de planteos. Varios se lavan los dientes solamente con agua, y lo mismo hacen con la ropa (otros utilizan jabón de coco). Cada caso es singular. Con los condones, por ejemplo, algunos sólo utilizan los que se entregan gratuitamente en los hospitales para no darle dinero a las corporaciones.
Otra forma de obtener desde un libro hasta una bicicleta sin utilizar dinero es conseguirlo en una feria en la que todo es gratis: la Gratiferia . A diferencia del trueque, allí no se concibe la idea de reciprocidad. El lema es "traé lo que quieras (o nada), y llevate lo que quieras". Por los puestos circulan juguetes, ropa, libros, CDs, cassettes, vinilos, tecnología, herramientas, arte, máquinas, muebles y alimentos.
"Todos me decían que tenía un buen sueldo y no entendían que pudiese abandonar todo. Lo sentí en su momento y no me arrepiento", dice Marisa Esconzábal, freegana
Muchos de los ahora freeganos, en su momento, pasaban días enteros en oficinas, hasta que se dieron cuenta que, en realidad, se sentían incómodos. Para ellos el trabajo fundamental es el autosustento.
Durante trece años, Marisa Esconzábal trabajó como secretaria en un estudio contable y, de allí, se dirigía apresurada a las clases de la universidad. A veces, ni siquiera tenía tiempo de almorzar. Un día se cansó: "Todos me decían que tenía un buen sueldo y no entendían que pudiese abandonar todo. Lo sentí en su momento y no me arrepiento".
Los trabajos que tienen son variados. Juan Pablo Zvinys, licenciado en filosofía, da clases a chicos de entre quince y dieciséis años sobre su especialidad. Poco imaginaba que terminaría adhiriendo al movimiento. Trabajó en industrias en la parte de control de calidad, entre ellas Freddo y una empresa medicinal. "Nada que ver con ahora", dice. Tiene 35 años, y el primer cambio comenzó a los 31 cuando se hizo vegano. Hace un año fue por más y se hizo freegano, aunque la profesión le impone ciertas restricciones. "Cada tanto- dice- pantalones y camisas tengo que comprar, no puedo ir al colegio con ropa freeganeada".

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